miércoles, 2 de enero de 2019

Análisis de la pena(sufrimiento tipo 1)

Me hubiera gustado compartir mas tiempo con mi prima, de chicos, de aquí que siento pena.
Lo interesante de la pena es que(en muchos casos), es un sentimiento evitable. Es decir, me lamento de algo que no sucedió. Y sufro por ello( la pena como un sufrimiento menor).
Surge aquí el inevitable interrogante: Que hago con este sufrimiento evitable?
La primera opción que surge, a mi entender, es evitar este sentimiento, pues de que vale sufrir por algo que no sucedió? (no existe el “hubiera”, lo que pasó pasó y no podría haber pasado de otra manera, asi que no tiene sentido lamentarse.)
Pero es esto así realmente? observemos como funciona el mundo: No han visto muchas veces construcciones culturales detener y poner trabas al fluir de los individuos? engañosas creencias de la mente que nos detienen y evitan que recorramos nuevos caminos.
Entonces hoy pensaba, y si siento esta pena? de curioso nomás, y porque me había comido un brownie, me sentí apto para probar algo distinto:
Entonces sí me lamento. Sentí la necesidad de que algo sucediera, y no sólo eso, intuí la posibilidad concreta de que eso sucediera. Y sin embargo no sucedió.
(Cuidado, dirán algunos, muchas cosas son proyecciones de tu mente. Sí. Otras no.)
Entonces lo que suceedió, no podría haber sucedido de otra manera?
No puedo permitirme sentir esa pena? Y quizás a través de ese sentimiento recrear una situación anhelada, viviendola así en mi fantasía?

lunes, 22 de noviembre de 2010

Enfermedad

Enfermedad
Caí enfermo este jueves. No me sucedía algo así desde hacía años. No fue más que una gripe con  tos, pero bastó para recluirme en la cama durante el fin de semana. Me sorprendió el ver interrumpidos mis planes  y proyectos por causa de un factor físico interno. No podía enojarme, ni rebelarme contra mi enfermedad, no hubiera hecho mas que prolongarla. Una vez aceptado que no podría realizar las cosas que tenia pensado para ese fin de semana, no tuve mas remedio que aceptar que no podía hacer ningún plan, y que no tenia casi sentido hacer nuevos planes. Me vi sumido en un expectante estado de pasividad sin expectativas ni esperanzas, mas que ser complacido por mi familia con comidas en la cama, y tés a cualquier momento, por lo que quedaba del fin de semana. Mi mente no tuvo mas remedio que dedicarse a vagar y proponerme actividades instantáneas, con el simple objeto de pasar el rato, de distraerme un poco. De pronto la posibilidad de ver una película era válida a todo momento, cosa extraña, ya que en la cotidianeidad me veo siempre obligado a considerar varios factores antes de permitirme ver una película. Es decir, la enfermedad me arranco de la realidad ordinaria y me situó en un espacio libre de ocupaciones-tanto felices como no tan felices- donde me entregó una especie de libertad condicional, es decir, sin muchas posibilidades, ya que no podía abandonar mi casa y además estudiar me causaba un poco de dolor de cabeza. La cuestión es que entre resignado y algo contento acepté mi condición.
Mi familia es numerosa y las visitas son frecuentes, sobre todo en fin de semana. Asi es como desfilaron por mi casa en estos días amigos de mis hermanos, amigos mios, parientes, etc. La situación era la de siempre, cada uno haciendo lo que viene a hacer, charlar, jugar, hacer música, etc., pero mi rol era totalmente distinto, ya que no se me consideraba casi un ser con quien intercambiar algún tipo de idea, o lo que fuera. Es asi como yo era parte de la situación sin cumplir con ninguna exigencia, propia de la situación. Aunque claro, se me tenía vedado el participar activamente de la situación. Observar, analizar, y reflexionar se volvieron mis actividades preferidas.
 Noté como todos , si bien parecían estar allí producto de su libertad en salud, tenían algún problema o inconveniente. A algunos les preocupaba o desagradaba lo que tendría que hacer después, otros lamentaban lo que acababan de vivir, y otros estaban insatisfechos con el momento en sí, pero no lo manifestaban de ningún modo. Asi la gente desfilaba, y yo me empezaba a sentir en algún punto privilegiado por mi enfermedad. Igualmente me costaba comprender como ellos, que gozaban de plena salud, y hubieran podido hacer cuanto quisieran, la estuvieran pasando, en algunos casos, tan mal. Pero sobre todo me sorprendía pensar que de alguna manera, ellos no lo aceptaban. Me seguían viendo a mi con una compasión y un cariño(que yo atesoraba), y a ellos mismos se consideraban libres y felices. No comprenden que ellos, quizás mas que yo, están enfermos, y que aceptarlo es lo primero que hay que hacer para poder superarlo.
 Mientras tanto ya es domingo, y ya estoy casi totalmente curado de mi gripe, por lo que digo adiós a esta enfermedad, y empiezo a acordarme de la otra.

lunes, 15 de noviembre de 2010

Bienvenidos

No se si un blog sirve como medio de comunicacion virtual, pero si sirve para publicar textos, e incentivar a la realizacion de los mismos.
yo aqui, en la presente edicion, les comparto un texto que acabo de terminar, con la esperanza de que quien quiera haga algun comentario. desde ya quiero advertir que, no tengo ningun problema para lidiar con las criticas, sino que, es mas, las añoro y abrazo como posibilidades donde crecer. desde el punto de vista que sea, tanto contenido, como forma.
esta presentado, no se por que, como un primer capitulo de una novela, pero puede ser juzgado tambien como cuento.


Capítulo I
La familia de Ignacio
Al volver al departamento lo encontré ultrajado. Lo primero que noté fue a los animales- dos gatos y un perro- descansando apaciguadamente en un sillón, y el mate yacía en el suelo, habiendo desperdigado yerba húmeda en la alfombra. De manera bastante inocente pensé en una posible negligencia de la chica encargada de la limpieza, quizás había olvidado cerrar la puerta que da al jardín. Acto seguido recorrí el pasillo, y llegando a mi cuarto descubrí calzones, sueters, remeras y calcetines desperdigados en el suelo. Además, faltaban varios objetos de valor: un televisor, el dvd, dos guitarras, el equipo de música y la computadora(no era tanto el valor comercial de los objetos sino el papel que desempeñaban en mi vida, tanto como los datos que había almacenado por años en el computador, videos, fotos de viajes, música, películas, etc.). Estaba a punto de aceptar la situación y echarme en la cama, cuando alcancé a intuir una posible presencia en uno de los cuartos contiguos. Me invadió el miedo, me vi inmerso en un policial negro, muy real. Casi grito. Me recompuse rápidamente y salí al jardín, por donde había entrado, escondiéndome en uno de los arbustos del fondo. No sabría si había sido advertida mi llegada. Acurrucado contra el cerco aproveché para temblar un rato en silencio, la noche estaba preciosa. Pasaron unos minutos antes de que acudieran pensamientos a mi mente. Luego, recobré el poder de razonar y disqué el 911, transmití rápida y de manera concisa mi situación a la joven policía, adjuntas las indicaciones de cómo proseguir en el sercheo de la casa, empezar por la cocina, los posibles escondrijos, estaba invadido de una poderosa inteligencia jamás usada. La policía llego al poco tiempo, y haciendo caso omiso de mis indicaciones, lo primero que hicieron fue “rescatarme a mi”. Claro que fue muy estúpido pues me dejaron indefenso en pleno jardín, cuando se disponían con sus linternas a entrar en la casa, que por cierto, se hayaba totalmente iluminada. Aguardé en el desconcierto y el temor unos instantes cuando tras un breve recorrido concluyeron que ya no había nadie allí. Les di las gracias, tratando de que no permanecieran mucho allí pues se encontrarían no difícilmente con rastros de marihuana y cocaína en alguna mesa, y yo, además, tengo una causa abierta. Actúe de una manera muy natural, sin mostrarme alarmado ni enojado, ni preocupado, aunque no podía evitar cierto estado de shock, todavía inexplorado. Tras acompañarlos a la puerta volví lenta y tranquilamente hacia mi cuarto y me tendí en la cama, vestido, e intente reposar. Quizás eso ultimo se pudiera haber evitado. Me confortó darme cuenta que mi cabeza no elucubraba ni perdia tiempo en lamentos, no pensaba. Apenas algún recuento de lo perdido,-sobre todo de los datos del computador- que era dejado de lado casi de inmediato. Cuando despertara iba a ser domingo, día cuyo itinerario de acciones estaba estipulado de principio a fin, y ni siquiera me plantee cuestionarlo. El lunes suele ser un buen dia para holgazanear y ordenar traquilo, sin interferencia alguna, asi que dejaría reposar el desorden un día entero más. Noté que era ya de dia por la luz que se filtraba por los postigos cuando logré dormirme.
Desperté sobrecogido por una liviandad inusitada. Eran ya las doce del mediodía, y como había quedado en pasar a buscar a Ignacio por su casa para acudir al partido de las 3 de la tarde de All boys con Almirante Brown, (somos fanas de los partidos de la B metropolitana, sin importar los equipos) decidí cambiarme e ir mas temprano a su casa, con la esperanza de recibir alguna suerte de almuerzo. Me equipé solo con lo necesario- tabaco, fuego, monedas-, lo coloqué en un pequeño morral que cruze en mi pecho y salí a la calle con gran ímpetu. Camine hasta lo de mi amigo eligiendo concientemente las calles que mas me gustaban, sin importar caminar una, dos o tres cuadras de mas. Disfruté de ese domingo semi-nublado que no ofrecía ni el sol radiante de un domingo para quemarse las mejillas tomando mate con los amigos en la avenida, ni ese gris opaco que incita a uno a quedarse en casa mirando películas hasta el hartazgo, o leyendo dos o tres libros, pero si la sagrada calma que ofrecen todos los domingos, sobre todo al mediodía, producto probablemente de tanta gente reunida con sus familias tomándose extensos momentos para disfrutar de un asado con toda la paz de la que no gozan en su semana. Efectivamente está fue la situación con la que me encontré al llegar a lo de mi amigo. Su madre me recibió, y tras informarme que  Ignacio se hallaba en el baño, me preguntó si había comido y tras mi timida y educada respuesta, me acercó una silla a la mesa donde todavía no había platos, y solo se había sentado la abuela, mientras los demás familiares conversaban, parados, y merodeando por el jardín. Sabía que había entrado en un rito sagrado, y que esto recién comenzaba.
Desde que vivo solo me aleje un poco de mi familia y son pocas las veces que acudo a un encuentro familiar, pero por el contrario disfruto enormemente de acudir, como en esta ocasión, a ritos ajenos, pues se me acepta como a un invitado regular, a quien, encima no se exige siquiera un comentario.
Un par de nubes habían pasado, dejando a los rayos del sol hacer una entrada celebrada. Me aposté en mi silla de plástico comodamente y dejándome llevar auditivamente por el ruido de las brasas, y el murmullo de una radio donde dos personas hablaban con un tono muy educado y lento, contemplé la situación. Primos de generaciones muy distintas se arrodillaban frente a un gato que perseguía a dos gallinas. Por supuesto las gallinas no corrían riesgo alguno, pero al pequeño gato le gustaba jugar a ser un felino poderoso y los ellos se divertían. La situación duró largo rato y los primos asistían a ella como obedientes espectadores de algún evento privado. A pocos metros algunos tios-los mayores- y el abuelo tenían sus viejas charlas de siempre, sobradas de nostalgia y desazón, teñidas de una solemnidad casi sagrada. Mas acá los tios mas jóvenes y algún primo mayor, debatían sobre su presente laboral-eran todos pilotos y de la misma empresa- y el futuro de su carrera. Podían disentir sobre políticas de la empresa, claro, pero eso enriquecía el diálogo, ya que nunca llegarían a un desacuerdo vital o a provocar un problema entre ellos.
El tiempo transcurría -o no, mejor dicho, los hechos sucedían, el tiempo era el que aguardaba paciente su turno de no inmiscuirse- y yo adoraba la situación. En un momento había salido Ignacio, y sentido de cierta responsabilidad por mi presencia, se disculpó por no participar del evento-ya había comido- y se retiró a hacer acto de su meditación cotidiana. Resulta que él era bastante parecido a mi, y tampoco le agradaban mucho las situaciones familiares, propias, claro. Además, era vegetariano. Recordé entonces que yo también era vegetariano, pero la verdad es que últimamente venía tentado de experimentar la sensación del carnivorísmo del ser humano, su estado de depredador. Me dije entonces que no haría comentario alguno, y acto seguido acepte la primer morsilla que tan amablemente me tendió el padre de Ignacio en el plato.
-¿con pan?- pregunté.
-Por supuesto- me contestó su voz de camarada, como pertenecientes a un mismo grupo, y me tendió un pancito apenas tostado por la parrilla.
Luego siguió repartiendo morsi-panes y chori-panes a los demás, que todavía no pensaban en sentarse. Los mas chicos no tardaron en acompañarme y servirse coca-cola por doquier, a lo que la madre advirtió que no tomaran tanta, pues no comerían la comida. Como ya había platos y habían traído las ensaladas me serví un poco de zanahoria con lechuga para pasar la segunda morsilla que me sirvieron. La verdad es que fue tanta la impresión por comer esos embutidos que creí que ya no podría comer mas durante la comida, algo que obviamente hubiese sido intolerable implícitamente por los demás comensales. Asi que a medida que se iban sentando todos, trage un pedazo tras otro de asado, molleja, chinchulines, todos acompañados de grandes porciones de pan y ensalada, y al finalizar un largo trago de gaseosa. No recordaba cuando había comido tan mal como hoy, probablemente me dolería harto la panza al poco tiempo. Ignacio ya había aparecido por segunda vez, diciendo que los chicos aguardaban con un auto afuera, listos para ir a la cancha, a lo que respondí que fueran, que yo terminaría de comer y tomaría el colectivo.
Por supuesto que no terminaría de comer con todos los demás, puesto seguro transcurrirían 3 o 4 horas más entre comentarios mundanos - de lo cuales participaba yo con estrépida agudeza y dedicación- chinchulines y vino con soda. Asi que luego de terminar mi plato con esfuerzos sobrehumanos, me disculpé y abandoné la mesa.
Agarré mis cosas, y estaba a punto de salir cuando vi que, por la hora, jamás llegaría a tiempo para el partido. Sin cuestionar la decisión apenas me apuré un poco, dirigiéndome a la parada del 476. Ya en el viaje en colectivo me abandoné a pensamientos deshilvanados, mientras forzosamente, mi cuerpo trataba de hacer la digestión. Llege al estadio, solo, por supuesto, y mientras escuchaba como miles de personas cantaban y saltaban al compas de los tambores de la barra, decidí que no entraría, sino que caminaría tranquilamente por los alrededores del estadio, calles totalmente desiertas, cavilando y como presenciando la fiesta, de afuera. El bullicio era enorme, miles de voces acompañando con “uuhh”´s y “eeehh”´s  el ir y venir del partido.
No podía explicarlo, pero empecé a notar la ausencia de un gran peso en mi cabeza. Como si, uno de esos dolores físicos cuya procedencia desconocemos y cuya solución la dejamos en manos del tiempo, me hubiera abandonado de pronto. Sólo que esta vez el malestar era mental, y parecía haber estado alojado allí durante años, sin que yo advirtiera su presencia. Ya estaba yo sentado en un banco de plaza cercano a los alrededores del estadio, pensando estas cuestiones, cuando vi atravesar el parque una joven fémina, también solitaria, que caminaba sin desazón, balanceando su morral y contemplando su alrededor. Seguí su andar con la mirada, y mi cuerpo la siguió a ella. Caminé detrás de ella, casi hipnotizado, sin que advirtiera mi presencia. Al llegar a la puerta de su departamento, subió y me quede callado, esperando, dubitativo, en la puerta. La portera me pregunto a quien buscaba. Le respondí que a la joven que acababa de entrar. Mecánicamente me dio su nombre, su dirección. Margarita Flores. Me fui a casa mientras caía el sol, acompañado de una tenue luz abrasadora, pensando en ella, evocándola. Sin comer me volví a tender en la cama, vestido, todavía me dolía la panza, y me abandoné nuevamente a pensamientos deshilvanados, evocando, de vez en cuando, la imagen de ella. Me preparé un café y proseguí con mi lectura de los policiales negro de Chandler. Cuando ya no pude concentrarme más-fue al poco tiempo-, apagué el velador, prendí una vela, y me dormí pensando en que quizás no ligarse demasiado a las cosas, no hacer planes a futuro, y transitar las situaciones de la vida con ligereza intuitiva, acaso con cierta improvisación en las decisiones, era aceptar lo transitorio y mutable que puede llegar a ser la existencia humana.